martes, 10 de marzo de 2015

Bodas de sangre

Primera Parte

Recuerdo que transcurría el siglo XIX, no puedo precisar con certeza absoluta el año, pero arriesgo a decir que fue 1813, que por la simple numerología, sumados sus dígitos indica 13.
Se trataba de una bella dama, única hija, de cutis muy blanco y transparente, una hermosa nariz respingada, ojos color almendra y unos cabellos negros que caían sobre sus hombros cuan cuervo lanzado en pos de su presa, cuyo nombre era Cristina. Había optado casarse con su amado Robert, un estilizado y robusto hombracho lleno de una bondad y prestancia inconcebibles, y según lo manifestado ante los habitantes de la vieja Comarca en que se desarrollo esta leyenda, estaban por contraer matrimonio.
Cristina era la única heredera de una gran fortuna familiar, que al momento de fenecer sus padres, engrosaría sus dotes personales.
El inconveniente principal era, que los padres de Cristina, no eran proclives a la concreción de ese casamiento, pues deseaban para su hija algún mercader de los muchos que pretendían su mano.
Muchas veces trataron de cambiar las ideas de la joven, pero esta cada vez estaba mas locamente enamorada de su esbelto Robert. Este era hijo de un campesino y vivía austeramente junto a sus padres y hermano, trabajaba de sol a sol en la finca de hortalizas realizando las tareas mas pesadas, a fin de aliviar a su pobre padre, lo cual no era muy bien visto por sus futuros suegros (comerciantes muy adinerados del pueblo en que estaban establecidos).
Pero como todas las cosas que tienen principio y final, la situación comenzó la noche previa a la boda, mientras Cristina se probaba por enésima vez, alegremente un hermoso vestido de muaré antiguo con apliques de broderie y finas perlas en sus vuelos y mangas alzadas, que hacían del mismo algo esplendoroso y digno de su belleza.
De repente se escucho un horrendo gemido de dolor en la pieza de la futura novia, que estremeció el ambiente todo.
Los que estaban al tanto de las circunstancias de aquella prueba que Cristina realizaba a puertas cerradas, con el fin de sorprender a la familia, novio e invitados en el momento póstumo de la ceremonia, corrieron presurosos a la habitación de esta.
Grande fue la visión que observaron atónitos, la imagen de Cristina recostada sobre el ancho espejo delante del ventanal que miraba hacia el jardín de la mansión, sin vida y con sangre derramada por una herida muy cercana al corazón, por donde fluía abundante liquido espeso, de color rojo intenso, que descendía por el hermoso vestido blanco y cubría el cuerpo de la bella mujer.
En sus manos pendía aun el maravilloso ramo de violetas, que bien simularía la delicada pureza de la agraciada doncella.
Los testigos presénciales del terrible suceso, fue un sequito de amigas de la victima que habían quedado cuchicheando en la habitación contigua e inmediatamente corrieron a dar reseña de lo sucedido a los padres de la bella y querida compañera de estudios y andanzas. Estos estaban cumpliendo sus nobles actividades comerciales en la comarca.
Al enterarse, quedaron todos consternados de dolor y apenados por la pérdida de su amada hija, no podían creer esta realidad y lloraban desconsoladamente el triste recuerdo, cuando la veían corretear por el parque existente detrás de la casona.
Transcurrido el tiempo de padecimiento natural que imponía el luto, sus progenitores decidieron abandonar el hermoso pueblo y radicarse en una comarca vecina, a fin de olvidar cada sitio que les recordara los pasos de su amada Cristina.
A todo esto, pocos meses después murió Robert, bajo la pena que le propicio el desenlace macabro sufrido por su inolvidable amada.
Nunca logro saberse que había sucedido aquella tarde y tampoco nadie se ocupo de encontrar al culpable, total nada ni nadie resucitaría a la victima, aunque por el pueblo se rumoreaba que el homicida había sido alguien muy cercano a los miembros de la familia, o tal vez alguna alma impía, que nunca jamás había considerado apropiado el enlace a consumar.
Como anteriormente les relate, los padres de Cristina se trasladaron a otra comarca y la casona en que habían sido tan felices durante los últimos tiempos, quedo cerrada para siempre.

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