El
abuelo parecía un poco disgustado por la visita de sus nietos, sobre
todo porque su estancia significa quitarle el título de anfitrión en las
extrañas reuniones que se llevaban a cabo en su
sótano. De esas juntas solo se sabía que existían, pero nadie ajeno a
los asistentes podía decir de qué se trataban, aunque la mayoría de la
gente suponía que eran cosas de viejos.
Cuando todos se marcharon, los niños entraron en aquella habitación para burlarse de lo que habían visto, parodiando el baile de los viejos, y encendiendo el extraño aparato que tocaba los discos. Al cabo de unos minutos, la habitación se llenó de humo y un olor extraño hizo toser a los niños.
Cuando todos se marcharon, los niños entraron en aquella habitación para burlarse de lo que habían visto, parodiando el baile de los viejos, y encendiendo el extraño aparato que tocaba los discos. Al cabo de unos minutos, la habitación se llenó de humo y un olor extraño hizo toser a los niños.
El
abuelo apenas regresaba después de haber acompañado a sus visitantes
hasta la puerta, y de inmediato cayó al suelo en una especie de
reverencia. Quería con todas sus fuerzas levantar la mirada para
comprobar que su visión era cierta y que el señor de las tinieblas, el
mismo Diablo se encontraba sentado en una silla preparada para él.
Después
de 20 años, el Demonio atendió a sus invocaciones, eso era lo que él
creía, pero al ente oscuro no le interesaban aquellos viejos, estaba
ahí, por el olor a niño, almas frescas e inocentes que ya se estaba saboreando.
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