Mientras
Denisse y Fernando se encontraban tenían dificultad para conciliar el
sueño en aquella fría habitación del ático, los adultos en el salón,
hablaban sobre la precaria salud de la abuela, haciendo planes ya para su funeral.
Pasada
la media noche los niños aún permanecían con los ojos abiertos y las
tripas gruñendo, pero tenían prohibido deambular por la casa después de
que los hubiesen acostado. Aun así, esperaron a que las pláticas
terminara y a eso de las tres de la mañana bajaron por un bocadillo.
Justo a mitad de la escalera, se encendió la radio, tocaba una tétrica y sombría canción,
entonces los chicos volvieron arriba corriendo antes de ser
descubiertos, sin embargo, nadie vino para apagar el aparato así que
aprovecharon para ir de prisa hasta el refrigerador y tomar lo primero
que tuvieran al alcance.
Pero
justo al cruzar el umbral de la cocina, vieron a la abuela, meciéndose
con cadencia de un lado a otro, siguiendo el ritmo y tarareando la
oscura tonada de la radio con una voz ronca y lejana…
Al
sentir que los niños estaban a sus espaldas, les dijo que tomaran unas
albóndigas y también les señaló el escondite de las “galletas secretas”
para que las comieran todas si lo deseaban. Pero no dejó en ningún
momento que le vieran la cara, pues temía asustar a sus nietos, con
aquellos blancos ojos vacíos, carentes de vida, pues llevaba ya un par de horas muerta tendida sobre su cama y su espíritu había tomado unos de minutos antes de pasar al más allá, para despedirse de los seres queridos.
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